martes, 11 de mayo de 2010

PREJUICIOS

Mandarina era una niña especial. No lograba congeniar con sus compañeros de clase, ni tan siquiera era invitada a jugar a las compras por sus amigas, ni a canicas por sus amigos. Pasaba las horas sentada en un rincón observando sus risas mientras esperaba el sonar de la campana, imaginando qué pasaría si a cada uno de ellos les pudiera añadir ó quitar algún "pequeño detalle sin importancia". Estallaba a carcajadas cada vez que imaginaba que a la estirada de Marina le rapaban el pelo por tener piojos y éstos hacían patinaje artístico sobre su cuidada calva; o que al vago de Martín le regalaban unos esquíes a propulsión con los que no podía dejar de recorrer la escuela, paredes y techos incluídos, con una expresión de pánico reprimido y sus rizos erizados al viento. Ella y su único amigo, el loco mundo interior.
Mandarina creció entre burlas e incomprensiones. En su casa la cosa no mejoraba mucho. Su madre estaba desesperada por su poca coquetería y su padre sólo pensaba que tanta tontería no era ya propia de su edad. Mientras tanto, ella ocupaba su tiempo en inventar historias sobre princesas que jugaban al baloncesto en enaguas y sobre osados marineros con trajes rosa chicle. Seguía sola, pero aprendió a sentirse acompañada aún sin estarlo.
Un día, sentada en el balcón de su casa dejando que el sol acariciara su delicada piel, descubrió unos ojos furtivos. Entre las ramas de unos geranios sin criterio descubrió a un joven con camiseta imperio haciendo encaje de bolillos.
-Ayudo a mi madre... - Dijo tímidamente.
Por un momento Mandarina se sorprendió intentando recordar si alguno de sus personajes imaginarios podía haberse escapado de sus historias y haber saltado a la casa contigua. Pero no, por lo menos no consiguió identificarlo en un primer intento.
- Tiene demasiado trabajo cuidando de mis hermanos y el Señor Lorenzo le exige cada día más. Sus manos empiezan a resentirse y a mí no me cuesta nada adelantar algo de su faena mientras ella va a la compra. Me gusta sentir su cara de sorpresa cuando reanuda la labor y descubre que ha crecido milagrosamente. Es tan buena con todos...
- Pero... ¿Y en tu tiempo libre? ¿Y tus amigos? Te echarán de menos...
- Ellos conocen perfectamente la situación y saben que en cuanto las cosas cambien volveré a estar con ellos. Mientras tanto, el encaje de bolillos es lo primero para poder comer. Además, entre tú y yo...¡me encanta hacerlo!
- Pero eso no es propio de un chico como tú.
-¿Un chico como yo? No sé a qué te refieres. ¿No es propio de alguien que quiere ayudar a su familia? ¿Eso es? ¿No es propio de alguien que quiere pasar un rato relajado? ó acaso ¿No es propio de un chico, sin más? ¿Eso quieres decir?.
Mandarina se ruborizó. Aquel chico se mostraba ante sus ojos sin pudor a mostrar su interior, un interior que se parecía demasiado al suyo y que durante tanto tiempo el mundo trató de no intentar comprender. Ella siempre hizo aquello que le pareció mejor, con independencia de lo que pensaran los demás y pagó un alto precio por ello. Sin embargo, Nicolás parecía feliz.
Pasaron los días y cada tarde Mandarina contaba las horas que quedaban para subir corriendo sin aliento la cuesta de su calle y saltar de dos en dos los escalones que la separaban de la voz de Nicolás.
- ¿Ya estás aquí? - Preguntó el joven sonriendo bajo la nariz en cuanto escuchaba el crujir de la madera de aquella vieja silla unos metros a su izquierda.
-Acabo de llegar....- Susurraba Mandarina casi sin aliento, pero conteniendo la respiración para no mostrar un interés desmesurado. -Nicolás....¿Andas muy ocupado?
- No demasiado. De hecho, creo que terminé por hoy. ¿Por qué? - Dijo mientras se incorporaba. - ¿Te apetece que te invite a tomar un café en el viejo bar de Simeón, el de los croissants recién hechos?
-No me parece mala idea. Te recojo en tu portal en... ¿digamos dos minutos? ¿Tendrás tiempo suficiente para ponerte elegante? ¡Qué estoy diciendo! Seguro que te sobra belleza como para no necesitar apenas unos segundos, los justos para colocarte bien un mechón de pelo.- Se levantó, cogió su bastón extensible y se despidió de su joven vecina, que observaba la escena con ojos escépticos. Mandarina despertó a tiempo para poder reaccionar antes de que Nicolás desapareciera. ...
-¡Ahora nos vemos! ¡Y llámame Mandy! Nicolás volvió a asomar la cabeza al exterior del balcón luciendo una enorme y pícara sonrisa.
- ¿Mandy? Pensé que no te importaban las opiniones ajenas... Suena bien. Pero si tú eres Mandy, yo estoy en desiguales condiciones. Nico estaría bien, sí. Hola Mandy, hola Nico. Hechas las presentaciones previas, ¿podemos irnos ya? Y no te preocupes, veo muchas más cosas de las que imaginas y no, no voy a pedirte que me desabroches el pantalón cuando deba ir al baño. - Dijo guiñándole un ojo y logrando ruborizar de nuevo a la joven e ingenua Mandarina.

(Continuará...)

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