Como cada viernes el Emperador se acercó al balcón para saludar a su pueblo. Caminaba con honores, vestido de gala, deseando que lo aclamasen. Sus lacayos apartaron las cortinas y le abrierón la puerta. De repente donde antes había una plaza ahora apareció otro edificio, feo, de ladrillo vista, muy pegado al suyo. Pudo observar en una de las ventanas a una ama de casa cocinando una tortilla para su hijo. Éste le miraba atónito sentado en su trona.
© Richard Archer - 2010 (Todos los derechos reservados)
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